poemasdelatinoamerica

domingo, 12 de febrero de 2012

COMIENZO UNA NUEVA SERIE DE CUENTOS


“Cuentos Contra la Muerte"

1

El polvo de la calle y el ruido de los insectos revoloteaban por el aire en aquel verano calmo y harto caliente.
Corría el año 1951, yo era una niña flaca y huesuda, con ojos desafiantes por los golpes que recibía cada día, igual mi espíritu rebelde me llevaba a subir a la gran higuera y comer los deliciosos frutos gozando de la vida aún y a pesar de los maltratos, corriendo por el jardín entre jazmines y rosas y yendo a espiar a los nuevos vecinos.
-Dicen que son de Cataluña y han llegado hoy mismo- dijo doña Pepita apantallándose, con la diminuta y rosada nariz brillando por la transpiración, Olga, la otra vecina la observaba con curiosidad.
-No trajeron valijas, nada… ¿dónde queda Cataluña?
-Europa: España, de ahí eran mis padres. –contestó doña Pepita con orgullo.
La pareja llegó como abatida y sudada, ella traía un pañuelo gris en la cabeza, era delgada y mustia, él enjuto, nervioso y ágil cruzó la zanja y le extendió la mano a las dos nenas, que lucían idénticos vestiditos con florcitas verdes y volados, medias y zapatitos blancos que me admiraron por lo impecables.
Yo me hallaba escondida entre el cedrón y la retama, observándolos.
-Hola, tú morena ¿Cómo te llamas? –me preguntó una de las niñas al verme, por unos momentos quedé perpleja, no esperaba ser descubierta in fraganti en un lugar que yo suponía que podía mirar sin ser vista.
El padre le rozó la cabeza en señal de llamada y las dos corrieron a mi encuentro, a través del alambrado sus ojillos curiosos esperaban una respuesta: desde esa tarde hice amistad con las “galleguitas”, como las apodaban en casa: Todos los días esperaba el almuerzo y cuándo mi familia dormía la siesta a pleno, yo corría a visitar a las niñas.
Lo que más me gustaba de ellas era el respeto y la simpatía con que me trataban, generalmente jugábamos con piedritas al dinenti, no recuerdo si este juego se los enseñé yo o ellas también lo conocían en España pero lo que queda viva en mi memoria es esa especie de complicidad y alegría con que nos comunicábamos y el beneplácito de sus padres al mirarnos.
La madre, que era una mujer joven y con piel marfileña, tenía unos ojos grandes y oscuros y cierta languidez en su aspecto, me cautivó cuando mientras bordaba, comenzó mansamente al principio y con fortaleza después, a cantar una canción con una voz potente y cristalina:

-“En el pozo María Luisa / murieron cuatro mineros. / Mira Marusina, mira como vengo yo…”

No pude seguir jugando, me paralicé y quedé hechizada, escuchándola.

-“Traigo la camisa roja / de sangre de un compañero. / Mira Marusina, mira como vengo yo…”

La voz doliente y serena, seguía las tristes estrofas que atravesaban el corazón, terminó con un silencio y a pesar de mi edad, los castigos que recibía cada día y el desconocimiento, noté que esa mujer no era común, que no cantaba como mi madre en la cocina ni como doña Pepita cuando hacía alarde de su canto, no: Esta persona sabía cantar de una forma especial, con una tonalidad firme y diferente y un sentimiento en las palabras, que estas parecían perlas manando de su boca.
-Qué bien canta usted. –le dije fascinada- y ella sonrió levemente.
-¿Te gusta, morenita? –contestó el padre con una sonrisa abierta y complacida –Tienes buen oído musical.
Las galleguitas me enseñaron a hacer puntilla valenciana, con hilo de coser y un uso de clavos finos que les había  confeccionado el padre y nosotras tramábamos con nuestros deditos los preciosos filigranas, mientras la madre cantaba con ese tono blanco y brillante que me embelezaba:

-“Yo me subí al pino verde / por ver si Franco llegaba… / y solo vi a un tren blindado lo vi al que tiroteaba… / ¡Anda jaleo, jaleo!”

Una tarde llegué exhausta: Los pies sucios y los ojos rojos, tenía marcas de sogazos en las piernas y la voz temblorosa de tanto llorar. La familia catalana me miró con respeto y con cierta indignación mezclada de tristeza en sus ojos, un silencio más pesado que mi tortura zumbaba en el aire, por fin, el padre rompió el hielo.
-Venga morenita, usted sabe que acá nos tiene a nosotros.
Las niñas corrieron a mi encuentro y cada una me tomó de los brazos, me convidaron lo poco que tenían, me mimaron y la madre comenzó a cantarme con todo su brío:

-“Santa Bárbara bendita / al tronar de los mineros”…

Un día se fueron, así, mansamente, como cuando llegaron. Sin lujo, sin estridencias, desaparecieron tan bien, que casi no los extrañé.
Hoy, siendo adulta, prefiero recordarlos como a una vieja fotografía color sepia, que guardo en una cajita de los buenos recuerdos y a veces los veo, como cuando estuve muy enferma y los vecinos corrieron a socorrerme o en los ojos de mi perra que me acompaña si estoy asustada o simplemente los noto a la distancia en la mirada de cada amiga, amigo, que llevan el mismo mensaje de contención y solidaridad “Acá nos tenés a nosotros”.

NÉLIDA MARTINELLI, febrero 10 de 2012



3 comentarios:

  • A las 12 de febrero de 2012, 19:46 , Blogger Nélida Martinelli ha dicho...

    Hoy, quizás porque es un día muy triste para mí, quiero recordar con esta nueva serie, que he titulado "CUENTOS PARA NO MORIR", donde expongo aquellas partes de historias biográficas y a la gente que me ha dado Amor, risa, pequeños paraísos... como una forma de agradecerles. Nélida Martinelli

     
  • A las 14 de febrero de 2012, 18:08 , Blogger Carmela ha dicho...

    Un tributo a los desterrados.A sus silencios .Y a sus presencias .
    Silencios y presencias en color sepia que siguen estando.

    Y también estamos nosotros .Capaces de amar, reir,gozar, contener,compartir, sentir , entender ... y armar pequeños paraísos para continuar celebrando la vida.
    A vos te agradecemos tu talento y tu sensibilidad.
    Un gran abrazo.

     
  • A las 15 de febrero de 2012, 5:41 , Blogger Nélida Martinelli ha dicho...

    Gracias Carmela!

     

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