MARIDO RESUELTO
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Antes
los niños y las niñas teníamos otras formas de jugar y si éramos pobres mejor
aún, porque la creación nos llenaba de inventiva e ilusiones.
Para
mí la gama de retazos multicolores de seda, terciopelo y lanas que pedía a las
vecinas o la estopa negra, roja y amarilla, que robaba del colchón de mi
hermana mayor, más los lápices de colores, el algodón, las cintas, el hilo y la
aguja, eran maravillosos elementos para confeccionar juguetes: Me adelanté a las
barbis en los años cincuenta y cinco porque yo creaba muñecas con pechos de
mujer y largas piernas, las vestía a la moda y les cosía preciosas y abundantes
cabelleras que llegaban a la espalda. Las doñas reprimidas se alborotaban
cuando veían mis muñecas con tetas y miraban a mis padres escandalizadas, pero
no podían dejar de admirar mis “creaciones”.
Así
elaboré una familia entera para mi hermana Betty y una mujer sola con su niño
para mí, el fin era llenar las dos casitas en miniatura que nosotras mismas
erigimos y jugar en ese espacio, poniéndoles vida a ambas “familias de mentiras”:
cada una de nosotras hablaba por los distintos personajes y así pasábamos las
tardes divirtiéndonos, salvo cuando nos interrumpía la mayor de las hermanas,
que ya era una señorita y nos pateaba las casitas o se burlaba de nuestros
juegos y a veces, hasta se le daba por atarnos y castigarnos: Como era la más
grande…
Pero
nosotras, tozudas y alegres como todas las criaturas, cuando ella se iba a la
casa de su novio, nos olvidábamos y seguíamos con nuestros juegos.
Cierta
vez me reconvine que no podía seguir sin un marido para mi muñeca, y como
sentía pereza de hacer un muñeco de trapo, tomé una maderita fina y larga, le
dibujé un hombre y ese se convirtió en el esposo.
Recuerdo
que un día entró una de nuestras gallinas a mi casita… me mordí de impaciencia,
pero ella quiso poner su huevo en la cama de mi muñeca, para ello, ensució con
sus patas el acolchadito, se meneó, murmuró un clo clo y al fin largó el huevo,
al levantarse casi desarma el techo. Ahora tomo en cuenta el respeto que le
tuve y la paciencia de esperar a que salga sin molestarla, en mi hogar los
animales eran considerados como miembros parentales y aunque existía la
brutalidad y el maltrato entre los humanos, ellos parecían tener un lugar
preferencial, que me enorgullece.
Con
mi hermana Betty hicimos todo un “clásico” de aquel juego, tanto, que si nos
peleábamos por otras cuestiones domésticas, nos la emprendíamos contra nuestros
muñecos.
Creo
que la que empecé con esa modalidad fui yo, una mañana nos tomamos de los pelos
no sé porqué, entonces, con todo el odio que fui capaz, le dije a Betty:
-¡Ahora
voy a matar a tu marido! –y corrí hasta las casitas tomando el marido de su
muñeca, Betty vino detrás de mí desesperada, pero yo fui más rápida y alcancé a
tirar al muñeco a la zanja de la calle, Betty, llorando y sacando al muñeco
chorreando agua podrida, gritaba:
-¡¡Mi
marido, mi marido!!
Lo
lavó y lo tendió.
-Ahora
voy a matar al tuyo. –Susurró con rencor. Tomó la maderita que hacía de esposo
de mi muñeca, lo llevó a la zanja y dijo con gustosa rabia:
-Mirá
cómo le hundo la cabeza en la zanja a tu marido…
Yo
me crucé de brazos riendo.
-¡Qué
me importa! Ja, ja, ja… ahora voy, busco otra maderita, le dibujo a un varón ¡Y
ya está! Vuelvo a tener otro marido.
Ni
fue necesario, el “esposo” que Betty “ahogó” en el agua, lo sequé y quedó tal
cual, la tinta no se había borrado: Marido resuelto.
En
cambio, el de ella tuvo que ser velado en la caja que usábamos de ataúd para
los pajaritos, porque el olor que le quedó, espantaba, por lo tanto, un día le
regalé el más bonito envase de perfume que una vez usado, me obsequió madre.
-Tomá.
–le dije benevolentemente a Betty- Este es tu nuevo marido. Ella lo aceptó de
buena gana, pero meses después, comenzamos nuevamente con las reyertas y salí
enloquecida por el corredor, tomé la botellita de perfume en mis manos y la
estrellé contra el piso, haciéndola añicos. Esta vez, Betty resuelta tiró al
esposo-maderita tan profundamente a la zanja que lo mató, entonces yo, con toda
mi calma, fui en busca de otra madera parecida y mojando la punta de un lápiz
con mi lengua, dibujé otro hombre, para que mi muñeca tuviera su
correspondiente pareja.
Nélida Martinelli
De la Serie
“Cuentos Contra la Muerte ”
4 comentarios:
A las 1 de marzo de 2012, 11:06 ,
Victoria ha dicho...
Hola Nélida! Gracias por tus palabras en mi blog porque además me han dado la oportunidad de descubrir tu espacio. Este cuento me ha parecido entrañable y ha recordado mi infancia en la que yo también hice muñequitas de trapo. Un cariñoso saludo.
A las 4 de marzo de 2012, 5:39 ,
Nélida Martinelli ha dicho...
Gracias, Victoria. Y vivan las muñecas creadas por las niñas y niños!!!!!!!!!
A las 7 de abril de 2012, 0:02 ,
Loli Salvador ha dicho...
qué bonito, un final muy constructivo. Afortunadamente nadie se peleó por el huevo ya que sólo había uno y es cosa de niños, querer ambos lo mismo. En casa de mis abuelos no tuve muñecos y mi marido era un ladrillo, con muchas dificultades conseguí ponerle ropa para que no fuera desnudo...
Que tengas un buen día.
A las 31 de mayo de 2012, 11:23 ,
Nélida Martinelli ha dicho...
Qué imaginación tenemos los niños, jajaja ¿Verdad Loli? De marido un ladrillo ¡Claro! la creatividad de la niñez no hay quién la supla.
Miles de besos para vos.
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