poemasdelatinoamerica

domingo, 4 de marzo de 2012

DORA




- 4 –
Dedicado a  R. S.

Creo que lo primero que me unió a Dora fue la música: Corría el año 2001 y en nuestro país, Argentina, vivíamos las consecuencias de las políticas económicas neoliberales, por lo tanto, la mayoría de la población teníamos problemas de trabajo y de dinero… muy similar a los tiempos que actualmente vive Europa.
Por medio de gente amiga conseguí un empleo que me ocupaba los fines de semana, debía hacer de “dama de compañía” a una señora mayor;
Cuando conocí a Dora, la observé sonriente, redonda y sentada en un sillón donde pasaba la mayor parte del día, ya que apenas podía caminar.
Nos presentaron e inmediatamente sentí en sus ojillos la complicidad que da la empatía entre dos desconocidas
Dora estaba oyendo Radio Jai, como lo hacía siempre que desayunaba. A mí, que me apasiona la música, escuchar esas melodías orientales me atrajo a tal punto que cuando ya hacía un tiempo que trabajaba allí, le servía a Dora su café con leche mientras bailaba en estilo pretendidamente árabe. Ella reía y cierta vez, al notar mi condición de melómana me mostró sus álbumes: Tenía de todo, desde ópera, zarzuelas, tangos, etc.
-¿Porqué camina tan poco, usted? –le pregunté una tarde.
-Me cuesta mucho. –respondió.
Fui hasta el centro musical y elegí música española: un pasodoble furioso golpeó el aire como un chorro de alegría.

“Pasodoble te quiero / porque tienes en tu alma lo mejor del mundo entero…”

-Venga, vamos a bailar este pasodoble –dije tomándole las manos- ¡Arriba!
-No, no… -profirió asustada- pero con mi fuerza hice que se levantara y al son del ritmo, con mucho cuidado y delicadeza, conduje a Dora por las habitaciones, ella no paraba de reír. Así todas las veces que asistía a su casa practicábamos esas “caminatas” danzadas.
Nos hicimos grandes amigas y hasta nos contábamos nuestras intimidades, me encantaba cuidarla y mirar películas junto a ella, cuando en los filmes se exhibía alguna escena de amor, yo la codeaba sonriendo y le susurraba:
-¿Se acuerda Dora, se acuerda?
-Sí. Jijiji
Entonces le contaba el cuento del viejito Don Juan.
-“¿Hace mucho tiempo que no hace el amor, abuelo?” –exclamaba yo, y revoleando mi brazo en grandes círculos me contestaba _”Uhhhhh”. Dora festejaba el chiste con sus carcajadas.
Sus dos hijas, una médica y la otra maestra, venían asiduamente, eran  mujeres de mi generación, amables, pero serias, muy serias, de hecho que ni por asomo podría contarles las bromas que narraba a su madre, pero cuando el viento ululaba y  sacudía la gran ventana balcón, moviendo mi brazo en redondel le exclamaba a Dora.
-¡¡¡Uhhhh!!! –y nos reíamos, ante la mirada interrogante de las hijas.
Entre sus parientes se encontraba Aarón: Aarón era un tipo antipático y extraño, flaco, alto y con rostro afilado. Aparecía cuando el tiempo se hallaba inclemente, por tormentas o grandes ascensos o descensos en la temperatura, por tal motivo, cuando arreciaba una fuerte lluvia y caía granizo, con mi mejor cara de inocente le anunciaba a Dora.
-Seguro que Aarón debe estar preparándose para venir.
Dora me imitó: En las tardes de 40º a la sombra o cuando los truenos hacían temblar las ventanas, sentenciaba.
-Hoy nos visitará Aarón. -¡Y muchas veces acertábamos!
A veces le leía cuentos de Chejov o escuchábamos a Bach, Dora era una señora cultísima, ella quería ver el film de Polansky “El Pianista”, pero sus hijas dijeron que no era recomendable, podría evocarle a sus familiares de Varsovia, ya que Dora poseía una sensibilidad muy fuerte. Ella insistía  en la pena que le ocasionaba no poder ver la película, decidí contársela, con todo el suspenso que tenía, pero en un acuerdo con ella, los momentos más crueles los obviaría.
-Ya sabe, Dora,  Wladyslaw Szpilman ingresa al Campo de Concentración, pero luego escapa…
-Qué bien que narrás, es casi como ver el video –comentó al finalizar.

A veces, cuando comenzaba mi trabajo y Dora había estado demasiado tiempo sentada, eso le impedía expeler los gases de su vientre, y si tenía deseos de ir al baño se avergonzaba, yo le insistía  que no me molestaba ayudarla a llegar hasta el aseo, la invitaba a pararse, mientras que le cantaba la marcha del Partido Radical:

-“¡Adelante radicales / adelante sin cesar!”

Pero ella, la pobre, ni más bien despegaba las nalgas del sillón, comenzaba a “tronar” todos los flatos reprimidos.
-¡Ay, qué vergüenza, qué vergüenza! –exclamaba con mortificación, entonces  a medida que la llevaba por el pasillo, yo la emprendía con la Marcha Peronista.

-“¡Los muchachos peronistas / todos unidos triunfaremoooosss!”

Cantaba y ella reía a más no poder, tanto, que los sonidos se hacían más seguidos y estruendosos porque la risa le incidía en las tripas.
Al posarse en el inodoro le entonaba La Internacional

-¡”Arriba los pobres del mundo / de pie los esclavos sin pan…!”

-¡Pero esa es la Marcha Comunista! –decía ella asombrada.
-Claro, ahora viene el bombardeo… jajaja
De este modo nos divertíamos ingenuamente, yo lo hacía para que ella se sintiera menos abochornada por las “traiciones” de su órgano digestivo.

Llegó un día muy lúgubre para mí, me hallaba gravemente enferma y debía operarme con urgencia, igual me presenté a su casa, no quería dejar a Dora sola.
Fue una de las pocas veces que la encontré parada esperándome, en sus manos traía una bolsa.
-Es para vos  –musitó con tristeza- un regalito.
Al mirar el contenido de la bolsa, observé dos toallas y un camisón.
-Porque sé que te van a internar… -dijo ahogada- Sentí que las lágrimas me invadían los ojos, hacía dos décadas que había dejado de ser hija y ahora estaba Dora delante de mí, con su gesto maternal y dolido.
Mi convalecencia fue larga, duró un año y no pude trabajar más para Dora, no debía realizar esfuerzos, la cirugía intestinal no me lo permitía, igual iba a saludarla, le preguntaba por sus hijas, por Aarón y sus apariciones fantasmales…
En ese tiempo noté con preocupación que Dora había engordado, la pasaba continuamente en su cama y  no caminaba más.
-Sabés, las señoras que me han atendido desde que te fuiste no han sido malas, pero nadie es como vos…
Me despedí besándola en ambas mejillas y bajé por el ascensor con inmensa tristeza. Pocos días después, sus hijas me anunciaron que Dora había partido para siempre… fue cuando sentí todo el amor que puede otorgar  una amistad cuando se atraviesa el avatar de estar rozando abismos al mismo tiempo y reconocerse pares en el dolor, por eso he querido retratarla en este cuento real, para que su llamita compañera siga a mi lado para siempre y me contagie su vitalidad y alegría a través del recuerdo.

Nélida Martinelli, Febrero de 2012
De la Serie "Cuentos Contra la Muerte"